FERNANDO DE PATROCINIO
El término dehesa tiene un contenido complejo dependiendo del punto de vista desde el que lo enfoquemos: agroforestal, ganadero, medioambiental, histórico e incluso jurídico. No es mi intención ahora afrontar su concepto, sino sus múltiples valores como unidad de producción.
El interés por el medio ambiente va a más en las sociedades más modernas: producir y consumir con el menor impacto posible sobre la naturaleza; la economía circular; el producto de calidad; la utilización de materiales reciclables; de materias primas que se regeneren… Todo ello ha dado lugar a un fenómeno de proliferación en casi todos los productos de conceptos como “ecológico” o “respetuoso con el medio ambiente”. Aunque si se analiza con detenimiento, queda reducido a un reclamo comercial, a una mera etiqueta que se incorpora a muchos envases, en muchas ocasiones sin justificación alguna y en otras basándose en razones muy cuestionables desde el punto de vista científico e incluso publicitario.
Resulta que en la dehesa, sin etiquetas y sin reconocimientos, desde siempre se está produciendo como la sociedad actualmente demanda y como sueñan muchos de los abanderados del ecologismo: la carne de vacuno, ovino y porcino se produce de forma extensiva a base de pastos y forrajes naturales; el consumo de agua para la producción es exclusivamente pluvial o de sondeos sin sustraerla del circuito del consumo humano; se produce leña de encina, aunque también de roble, fresno y alcornoque, con un gran valor calorífico, constituyendo una energía totalmente renovable (ahora nos venden como lo más ecosostenible algo que se le quiere parecer, más caro y manufacturado y con un nombre más moderno, “pellet” lo llaman). Se produce corcho, otro producto totalmente renovable, que da lugar no sólo a los tapones de calidad para vinos y cavas, sino que sirve como un perfecto aislamiento o como material para calzado, decoración… con poca manufactura y transformación y por tanto sin generar contaminación. Asimismo la dehesa constituye per se un ecosistema donde conviven con los demás aprovechamientos una gran variedad de especies cinegéticas propias de la península ibérica: desde perdices hasta jabalíes o venados, pasando por grullas, garzas, zorros, corzos, tórtolas…. A ello hemos de sumar que por sus características y por constituir un espacio natural único representativo del suroeste de la Península Ibérica se erige en un perfecto agente de absorción de CO2 de la atmósfera. Además cada día se descubren y ponen en valor otros recursos como la micología o el aprovechamiento de algunas de sus plantas espontáneas con fines cosméticos e incluso sanitarios.
Junto a sus enormes valores intrínsecos, a su vez, da lugar a una gran riqueza extrínseca derivada de su explotación a través del asentamiento de la población y mantenimiento de actividades profesionales y empresariales en el mundo rural. Lo que genera riqueza, movimiento económico y vida en un entorno cada vez más descuidado por los poderes públicos. Es decir, constituye en sí mismo un antídoto frente a lo que ahora denominan “España vaciada”. Basta que los poderes públicos sepan hacer una lectura correcta de estos datos o simplemente cuidar el modelo. La solución ya está creada…
Pero en las instituciones Europeas, centenares de políticos y funcionarios muy bien pagados, ignorando todo lo anterior, se erigen en salvadores del medio ambiente ideando normas cuyo efecto, de dudosa eficacia, es contrario a un sistema como el de la dehesa. Aunque parezca imposible la Política Agraria Comunitaria está abiertamente buscando favorecer la producción intensiva, de poca calidad y muy contaminante, aunque sea más allá de nuestras fronteras, como si las preocupaciones medioambientales tuvieran pasaporte. Y perjudicando la producción tradicional, extensiva y de calidad asentada en nuestro territorio. Así con el perverso Coeficiente de Admisibilidad de Pastos se ha penalizado a las dehesas que por esencia son un bosque mediterráneo abierto en beneficio de los terrenos deforestados; con la orientación de las ayudas a la ganadería se ha primado la cantidad en perjuicio de la calidad o la eficiencia ganadera; con los ecoregímenes se trata de encorsetar en unos modelos teóricos nuestro medio y limitar la producción, sin tener en cuenta nuestro potencial y nuestro innegable valor medioambiental, forestal o ganadero. Las exigencias a nivel de sanidad animal, que no niego que puedan ser necesarias, no tienen reflejo en los productos que se importan de terceros países en una clara competencia desleal, un abandono de la calidad y en perjuicio para la salud de los consumidores.
Con tristeza podemos decir que en Europa la dehesa no existe. Cuando conseguimos que algún político se acerque y la conozca la ensalza, la admira, la pone de ejemplo, pero a la hora de regular son más poderosos los intereses económicos de grandes fondos que con mucho dinero detrás quieren copar mercados y arrinconar aquello que les perjudica. Invierten decenas de miles de millones de euros para que pase por ecológico algo que realmente no lo es o que lo sea sólo aquello que ellos quieren, lo cual viene a ser casi lo mismo.
Hay que concienciar que la dehesa es un modelo de aprovechamiento sostenible de los recursos. La auténtica materialización de las aspiraciones del ecologismo Europeo. No queremos pensar, aunque no nos dejan otra opción, que las instituciones europeas, quienes las integran, responden más a intereses de la economía globalista que al medio ambiente que dicen defender.
Es hora por tanto de que los políticos, todos, empiecen a valorar la dehesa como sistema de producción, no sólo para hacerse la foto y presumir de sus valores medioambientales. Y si no la van a apoyar abiertamente, al menos que no la perjudiquen con decisiones de las que a medio largo plazo nos arrepentiremos.